Cuando pienso en esa ciudad agitada llena de furia,
recuerdo también tus ojos gitanos devorando,
uno a uno, todos mis miedos.
Nunca pude recorrer Caracas
como deben recorrerse las capitales del mundo.
Supongo que ha de ser lo mismo
que adentrarse en la autopista
de tu abdomen asfaltado,
que el Ávila ha de ser una réplica verde
de tus pechos semidesnudos,
y porque no,
sin entre cierro mi vida
me cuesta diferenciar tus ojos
de una tarde soleada desde Altamira.
Por una extraña razón que aun no conozco
cuando sonríes me siento caminando
por alguna calle de El Hatillo,
con tu boca llena de fresas con crema
que luego irán a parar a la mía.
Nunca un viaje tan inesperado
me supo tan dulce como tu cuerpo,
y es que en una noche me sentí parte
de la segunda capital más violenta de
latinoamérica,
y al amanecer, entre tus brazos,
mucho más seguro que nunca.
Lois era tu nombre,
y he llegado a creer que de Vita
me plagió la canción aprovechándose
del hecho de que no se me ocurrió antes
conocerte.
Entiendeme,
es que antes de ti
nunca creí que una ciudad tan adorable existiera.
Tu nombre que siempre me hizo sentir
que viajaba a París sin más maleta
que el equipaje de tus manos;
Caracas siente celos de ti,
y yo siento celos de Caracas.
Es un triángulo vicioso
y yo termino siempre queriendo comerte
de punta a punta.
Tu nombre corto y preciso
que cabe en mi lengua cada vez
que echo de menos la manera tierna
en que decías el mío.
En ocasiones le hablado de ti a
Santiago
como quien le cuenta a su perro
la rutina del día y acentúa su interés
agitando la cola.
Ahora esta misma ciudad
no para de tararear tu nombre,
sobretodo cuando es invierno y hace frío,
y tu cuerpo de chocolate caliente
no está para abrigarme.
Cada vez que pienso en Caracas,
recuerdo tus caderas Metropolitana,
la urbanidad de tu cuerpo
sobre el mío,
y de eso
nunca se sale ileso.
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