martes, 3 de abril de 2018

El día que recorrí Caracas encima de su cuerpo






Cuando pienso en esa ciudad agitada llena de furia, 
recuerdo también tus ojos gitanos devorando, 
uno a uno, todos mis miedos. 

Nunca pude recorrer Caracas 
como deben recorrerse las capitales del mundo. 
Supongo que ha de ser lo mismo 
que adentrarse en la autopista
de tu abdomen asfaltado, 
que el Ávila ha de ser una réplica verde 
de tus pechos semidesnudos, 
y porque no, 
sin entre cierro mi vida 
me cuesta diferenciar tus ojos 
de una tarde soleada desde Altamira. 

Por una extraña razón que aun no conozco
cuando sonríes me siento caminando 
por alguna calle de El Hatillo, 
con tu boca llena de fresas con crema 
que luego irán a parar a la mía. 

Nunca un viaje tan inesperado 
me supo tan dulce como tu cuerpo, 
y es que en una noche me sentí parte
de la segunda capital más violenta de 
latinoamérica,
y al amanecer, entre tus brazos, 
mucho más seguro que nunca. 

Lois era tu nombre,
y he llegado a creer que de Vita 
me plagió la canción aprovechándose 
del hecho de que no se me ocurrió antes 
conocerte. 
Entiendeme, 
es que antes de ti 
nunca creí que una ciudad tan adorable existiera. 
Tu nombre que siempre me hizo sentir
que viajaba a París sin más maleta 
que el equipaje de tus manos; 
Caracas siente celos de ti, 
y yo siento celos de Caracas. 
Es un triángulo vicioso
y yo termino siempre queriendo comerte 
de punta a punta. 

Tu nombre corto y preciso
que cabe en mi lengua cada vez 
que echo de menos la manera tierna 
en que decías el mío. 

En ocasiones le hablado de ti a 
Santiago
como quien le cuenta a su perro 
la rutina del día y acentúa su interés 
agitando la cola. 
Ahora esta misma ciudad 
no para de tararear tu nombre, 
sobretodo cuando es invierno y hace frío,
y tu cuerpo de chocolate caliente
no está para abrigarme. 
Cada vez que pienso en Caracas, 
recuerdo tus caderas Metropolitana,
la urbanidad de tu cuerpo 
sobre el mío, 
y de eso
nunca se sale ileso.

lunes, 26 de marzo de 2018

Consideraciones sobre ti y otras distancias



La distancia siempre ha querido
que yo la recuerde con desdicha,
con esa alegría agridulce y
monocromática
del que ve detrás de una vitrina
todo lo que se desea sin poder
conseguirlo
de recordarla como un acontecimiento
no documentado,
como una especie de accidente trágico
que se evitó.

Pero su recuerdo
casi replicando la teoría de Darwin,
ha encontrado la forma
de adaptarse a todas las versiones
de la distancia.

Y es que nunca los kilómetros
podrán talar el bosque de su sonrisa,
que el Amazonas es solo un plagio del mundo
a su boca,
y créanme que esos paisajes
no se olvidan nunca,
tanto así que
quisiera ponerle tu nombre
a todas las calles de Santiago.

Aunque vaya,
eso sería deshonesto,
primero con esta ciudad
que no me pertenece
y me adopta
y luego contigo
porque ninguna ciudad
le hace justicia
a tu sonrisa.

Supongo que en el fondo
tu eres mi Atlántis,
mi propia civilización
perdida,
y bajo esa tragedia
voy por la vida
intentado replicarte
en todas las cosas
que miro.

Y eso significa, desde luego,
que voy creando collage con tus formas,
con tu figura frágil y llena de furia,
que entrar a un bar a la una menos cuarto
es lo mismo que entrar
al lobby de tu entrepierna,
y he perdido la cuenta de cuantos café
se me parecen a tu espalda semidesnuda.

Pero tu también eres habitante
antes que ciudad
y te fuiste al descubrimiento de tu propia
civilización que no es mi cuerpo
y ahora eres más felicidad
que kilómetros
que puentes imaginarios
de melancolía,
ahora tu mirada es un letrero
de bienvenida
de otra ciudad
de la que, irremediablemente.
la habita otro
que no soy yo.

lunes, 19 de marzo de 2018

Puede ser

A lo mejor al final solo seamos esto:

un mensaje sin responder de una

conversación olvidada.

Los te echo de menos guardados en el

bolsillo roto del desencuentro

tu risa acústica colándose

a mitad de una expresión que otro no

entendería

nuestro aroma flotando en el ascensor de

una calle sin nombre

La fotos en modo sepia del viaje que nunca

hicimos

dos jauría de signos de interrogación

ladrandonos

detrás de la nuca

cuando el día pasa deprisa y la noche

espantada

le cuesta conciliar el sueño

y tus ojos casi en relieve

son como esas canciones que no supe sus

nombres

pero aun sigue sonando

en mi cabeza.

Si.

Quizás a lo mejor solo seamos esto

y escribirte sea

como donar un megáfono

a una concentración

de mudos.

lunes, 5 de marzo de 2018

De ti y otros deseos

Como la bolsa de té

que hace un momento atrás

hacía apnea en tu taza,

yo, poco a poco,

voy hundiendo

mi lengua filosa

entre tus piernas,

mientras las paredes

alrededor

se van retorciendo

estrepitosamente

como lo hace tu cuerpo,

tu cuerpo de ola

marina profunda,

de cascabel y veneno;

mientras tu boca

agitada y tibia

reproduce en estéreo

el sonido lánguido
 
de tus onomatopeyas,

hasta que tu figura

mortal y frágil

va flotando poco a poco

por toda la habitación,

como si de tus gemidos

emergiera repentinamente

el genio azul de mi lámpara

y yo, ignorando las cantidades,

te termine deseando

                                                                                              siempre a ti.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Boda y un T-Rex


Ella,
que estaba a punto de casarse
con un tacaño con brazos de T-Rex,
una noche antes de su boda
me pidió besar por última vez
el lado oscuro
de los lunares de su espalda.

Y yo,
que las despedidas
siempre me han puesto poético,
le dije mientras le bajaba
el liguero de su tristeza:
mañana serás
la media naranja de otro,
pero hoy seras
mi medio aguacate.

De ti y otras medicinas

He querido hablarle de ti
a mi médico de cabecera
comentarle, por ejemplo,
que he tirado al retrete todos
los jarabes
y las pastillas
que me ha recetado,
que desde que conocí
la medicina alternativa
de tus ojos
el estrés se convirtió
en un mito
de los psicoterapeutas,
que me automedico
tu sonrisa natural de eucalipto
y hierbabuena,
que tu boca tiene
propiedades
curativas
y muchas más cuando está
junto a mi boca,
que besarte
equivale a trotar todos los días,
y que tu clítoris
es remedio infalible
contra el insomnio.

Desierto




Encima de mi cabeza

hay un tipo que discute

con su cepillo de dientes.


Debajo de mi

una señora que se vuelve humo

asomada a la ventana.


A mi lado

una mujer que sueña

que yo la sueño.


Dentro de mi

es un desierto,






no pasa nada.

viernes, 16 de febrero de 2018

De ti y otros universos



Cuando la miro

la miro con puntería,

con la cremallera abierta

de mi pecho desnudo

entonces descubro

de que su boca

no es una boca

sino una pista de aterrizaje,

sus muslos

el Gran Prix de Mónaco

y si me atrevo a ir otras velocidades

y la miro presionando el acelerador

de su deseo

entonces descubro

que su vientre

no es un vientre

sino la llave

de la puerta

a otros universos.


De ti y otras inundaciones



Esta noche se ha inundando nuestra

habitación

en silencio,

y en el siniestro vi como flotaba

la ropa interior de encaje de nuestras

inseguridades

como los cuerpos heridos de la batalla de
Normandía,

mientras dos pingüinos que se paseaban por

la mitad

de nuestra cama

murmuraban todas las carencias de amor

que tememos reconocer

como el mitómano

que conociendo la mentira

se convence mil veces así mismo

que es verdad.

jueves, 8 de febrero de 2018

PASAJERO






PASAJERO

Noctámbulo me incorporo al autobús. El bullicio colectivo de un vallenato popular me da la bienvenida. La ciudad en pleno mediodía es un hervidero de criaturas amorfas yendo en direcciones opuestas con su propia sucursal del infierno encima. Hablando de infiernos, de frente observo en el espaldar del asiento de mi coterráneo sucesivo: “Viva Chávez”, en letra turbia y llamativa. Siguiente parada y ella se incorpora a la escena. Audífonos y gafas oscuras para hacerse invisible mientras la veo decidir en qué asiento dejar en reposo su hermosura subestimada. En un mar de cotidianidad la descubro, como quien descubre un Monet en una feria de hortalizas.

Mi horizonte es su perfil descubierto a media asta ondeando a tres puestos de distancia de mí. Hago intentos por adivinar su nombre en el umbral de su tobillo tatuado. En su cabello fantasean mis dedos inquietos. Alcanzo a divisar su rostro sereno desde el retrovisor del conductor, y entre su mirada llena de neblina y el vaivén de sus suspiros cansados he reconocido gestos de ternura suficiente para querer abrazarla, para invitarle un café o a mi vida, el orden, realmente, me preocupa muy poco. Cuatro canciones después, ella hace amagos y se levanta, advierte con irse. Mis cimientos se agitan. Solo cede espacio al fulano que ocupa su lado izquierdo. Falsa alarma. Acto seguido se recoge el cabello. Su cuello se asoma con dulzura como diciéndome aquí estarías mejor, y yo, admirador de las buenas publicidades, le creo. 

Sucumbo al asiento siguiente y gano terreno. Solo un puesto me separa de ella. Ahora su perfil es un panorama más claro. La luz de mediodía baña sus mejillas con total dulzura. Me ilumina su ignorancia de no saber que en silencio la estoy recorriendo con la mirada, mapeando cada uno de sus pequeños gestos de ninfa caraqueña. Decidido, esta vez voy a su encuentro, justo cuando el colectivo se detiene en su parada y se levanta. Mis ojos como largos brazos la retienen invisiblemente por su cintura como diciendo “si, tú haces que el día sea mejor”. En la ventana la sigo a lo lejos como un niño que ve irse al cielo su globo rojo. Entre dos calles que se me parecen a su nombre que desconozco la pierdo. Vuelvo a la rutina, menos yo, más pasajero.


Un día de estos

No te alarmes
pero
un día
una tarde
una noche
de estas
voy a juntarte toda
en una hoja blanca
pálida
y escribiré
de golpe
todo este disparate
de cosas
que no tienen nombre
y te pertenecen
escribiré,
por ejemplo,
este inventario
de nervios
que provocan
tus ojos
tus ojos de luna
huérfana y menguante
que me aquietan,
esta angustia
de lengua mordida,
por amordazarte
con un beso
que nos libere
plenamente
de la censura,
de las ideas locas
que se me ocurren
cuando hablas
con orgullo
de tu elasticidad
mientras yo miro
con malicia
tu cuerpo y
la alfombra,
de la realidad
del calentamiento global
de mi cuerpo
cuando poco a poco
te me acercas,
del recuento
de veces
que me
descubro
a mi mismo
pensandote
más de lo que
tu vida
me lo permite
y de todo
el imposible
que soy para ti
cuando
la realidad
oscura
decrépita
mirándome de reojo
me lo recuerda.

Escribiré de ti
como un ejercicio de caligrafía
hasta que aprenda a escribir
con mi mano izquierda
todos los versos
escondidos
en tu segundo
nombre
en tu lunar
azabache
de azúcar,
hasta que mi mano derecha
quede huérfana
para siempre
de cuerdas vocales,
y llamarte
sea igual
que hablar
una lengua
muerta.

Pero luego
doblaré el folio
en dos mitades
como la maleta
de un exiliado
político
que junta todo
lo que puede
con rabia y remordimiento
y en un sobre pálido
que sellaré
con mi boca
pasaré por la puerta
de tu vida,
y por debajo
de la entrada
sin avisarte
como el cartero que deja
la correspondencia
de una casa
abandonada
dejaré
los recibos
de un cariño
que se ha
olvidado.

No te alarmes
pero
un día
una tarde
una noche
voy a juntarte toda
en una hoja
blanca
pálida
sin retorno
y mi mano derecha
te olvidará
sin rencores
en silencio,
como quien
olvida las llaves
de una casa
que no tiene,
pero esta noche
que te extraño
entero
con todo
mi cuerpo
y tu ausencia
es el muro
de Berlín
de mis días
mis ojos de luna
menguante y ajena
esta noche
querida
no lo será.


martes, 30 de enero de 2018

Corazón carrusel



Un día me dijeron
que ella tenía el corazón
como los glaciares
del Polo Norte.
Así que fui y le hice un
traje de esquimal
a la medida de su tristeza.

Luego me dijeron
que su corazón era un tieso cadáver,
un occiso en descomposición.
Así que fui y estudié ciencias forenses
y en la autopsia de sus ojos desnudos
hallé un colibrí que me cantó su nombre.


Después me dijeron
que su corazón era un libro de terror de Stephen King,
una novela negra y agridulce.
Así que fui y me dediqué a abrirla
de punta a punta,
a leer con detalle
la historia oculta de sus labios
el prólogo honesto de sus gestos comunes,
y casi al final de su páginas finales,
hallé pétalos púrpura de su sonrisa,
y el libro de terror
se convirtió en un Libro de Neruda.

Ahora, tiempo después,
me dicen que su corazón es un carrusel
un carrusel que brilla y gira constantemente
sin parar.
Yo, terco como siempre,
corrijo:
Su corazón no es un carrusel,
todo ella, sin discriminación,
es el parque de atracciones de mi vida.

Ella me ha dicho que huya



Ella me ha dicho que huya,
que corra sin mirar atrás hasta un lugar seguro,
porque el mundo le ha convencido que es un monstruo de carne y polvo
sin futuros ni garantías,
de garras largas y falda corta,
de labios carmesí y escote homicida
que entre sus piernas hay una guillotina
de flores y lujuria
que desangra
dejando los cuerpos malheridos
como una cajetilla de cigarros tirada en
un callejón de bares.

Soy un monstruo - advierte de nuevo-
sólo puedes huir o herirnos,
y ya son tantas las heridas que se me han
cicatrizado que insisto nuevamente:
Huye.

Y en efecto seguí su consejo,
corrí, corrí con todas mis fuerzas
pero en dirección opuesta a sus advertencias,
y como un mago que devela el truco
despojé el antifaz falso de sus creencias
y me hundí suavemente en sus ojos turbulentos
de furia y rabia
como un barco que se adentra directo al corazón de la tormenta perfecta,
y todo mito de su bestialidad desapareció:
de todas las criaturas que el mundo había inventado ella era la más hermosa
y yo, yo el más afortunado
de haberla descubierto.

Por eso le escribo con ternura
y le acaricio la tristeza con mi poesía,
porque aún hay gente que apuesta a señalarla con terror
y yo, que no me asusto tan fácil
me reniego a no quererla tercamente
cada día.

A propósito de mi ausencia


Hoy he sido un cuerpo en piloto automático,
de los que ves en el autobús o 
en el metro con la mirada distante,
de los que sonríen a media asta cautelosos
de no agitarse mucho y hacer espuma,
una especie de cascarón en movimiento,
una nave espacial sin tripulantes,
la carátula de un álbum sin disco
asomado en un estante de un bazar cualquiera
y entre el gesto automático de un estoy bien
y mi risa descafeinada sin azúcar
he podido disimular esta ausencia invisible,
esta ausencia sin sentido de mis sentidos,
la no moción de mis emociones,
cada vez que me distraigo de mí mismo,
y caigo en cuanto que más que lejanía
que más que el letargo de mis gestos estéril
solo ando buscando desesperadamente
tus ojos
por todos lados.

lunes, 29 de enero de 2018

Yo era feliz


Yo era un cuerpo en reposo,
inerte por la rutina de Santiago.
Era feliz - desde luego -
pero de una manera tan frágil que dolía,
sentía que caminaba sobre una capa de hielo delgada,
y en el fondo podía ver mi reflejo
desdibujado acechandome.

Yo era mis parpados cansados
que caían antes que el reloj marcara las once menos cuarto,
una mirada distante en alguna estación del metro en hora punta
queriendo ser salvada,
¿De mi mismo? - tal vez -

Yo era un ascensor vacío casi cerrandose;
un libro de poesía nuevo que ni siquiera había ojeado,
un saldo negativo alineado a la derecha, las compras, un resumen de gastos,
el calendario con sobregiro de lunes,
un bucle repetitivo de una escena en blanco y negro.

Pero llegaste,
aparatosamente llegaste,
como llega la lluvia en un día soleado y escandaloso.
Y desde entonces
todos los trenes que conectaban mi desdicha se han detenido,
las calles de Santiago me recitan fábulas y cuentos sobre tu nombre,
y giran y giran en orden aleatorio
como en un film de Nolan.

Mi cuerpo se ha transformado en el estruendo 
de una tormenta tropical cuando me miras,
y puedo oír el eco de tu voz resonandome en el pecho.

Las cuentas no me cuadran,
los versos me sobran
y en la garganta me crece un jardín de locura si te pienso.

Pero aclaro,
les juro que antes de ella
yo era feliz - en efecto -
como es feliz un pirómano
en un mitin de bomberos.

Equis y Ye

Se supone que al principio yo era un tipo equis, y tu una tipa ye.
Unidos por meras circunstancias, sin un interés mutuo premeditado.
Se supone que luego, esas mismas circunstancias nos empujaron, poco a poco, a resolver mi equis y tu ye.
En el proceso tu llegaste al resultado de que yo tenía un par de cosas en común contigo, y yo descubrí que eres un caso fuera de lo común. Nada grave.
Después mis ganas de besarte, ese temblor resonante en la boca del estómago.
Hasta ahí, seguía suponiendo que era normal, pero después vino el deseo y con él todo el caos absoluto. Tensión sexual, me apure a bautizarlo sin mucho alboroto, y seguí vistiéndome con ese traje de fulano improvisado. 

Se supone que luego te leí y me leíste, y pasamos de ser fulano y zutana con par de números iguales, a curarnos les heridas leyéndonos con honesta ternura. Lo normal, supongo. 
Luego me quedé sin números y sin cuentas, y llegaron las metáforas que brotaban de tus ojos, que inundaron todas las habitaciones en donde me escondía de la rutina. 
Pero ahora, ahora no es miedo a despejar la ecuación,  a inventar formulas que hagan justicia a tu nombre, a resolver la alquimia de si besarte o no besarte, o a que velocidad mínima mi cuerpo intentará hundirse en el tuyo sin alterar la naturaleza de nuestro entorno. 
Ahora lo difícil es no sentir, es ponerle el bozal a esta bestia que me ladra en el pecho cuando te veo.

domingo, 21 de enero de 2018

Desastre

#1
Barcelona, Venezuela
8:45 pm.

Yo: A veces pienso que hay algo mal en mi...
Ella: ¿Por qué?

Yo: No lo se, pero creo que estoy perdiendo facultades para querer. Me cuesta ser cariñoso. Mejor dicho, me cuesta ser realmente cariñoso con alguien sin sentirme comprometido.

Ella: ...Hmm
Yo: Siento que últimamente nada me conmueve o me emociona demasiado. Es como si inconscientemente me he puesto un tope a la hora de dar afecto. Como si yo mismo me saboteára la capacidad de querer a alguien despreocupadamente. Es una mierda, pero extrañamente me siento tranquilo ante eso. Claro, es una tranquilidad que aburre. Pero las mujeres que me actualmente me gustan provocan en mí solo eso: un gusto. Quizás antes eso hubiese sido suficiente para que mi cuerpo evidenciara todo mi interés hacia ella. Pero ahora es distinto. Necesito que agiten mi vida de arriba a abajo como un huracán que cuando pasa arrasa con todo y solo deja un desastre. Eso quiero. Yo soy un pueblo en calma esperando su propio huracán, su propio desastre.
Ella: No me molestaría, que por esas razones, me llamaras Desastre.

El día que recorrí Caracas encima de su cuerpo

Cuando pienso en esa ciudad agitada llena de furia,  recuerdo también tus ojos gitanos devorando,  uno a uno, todos mis mie...