jueves, 8 de febrero de 2018

PASAJERO






PASAJERO

Noctámbulo me incorporo al autobús. El bullicio colectivo de un vallenato popular me da la bienvenida. La ciudad en pleno mediodía es un hervidero de criaturas amorfas yendo en direcciones opuestas con su propia sucursal del infierno encima. Hablando de infiernos, de frente observo en el espaldar del asiento de mi coterráneo sucesivo: “Viva Chávez”, en letra turbia y llamativa. Siguiente parada y ella se incorpora a la escena. Audífonos y gafas oscuras para hacerse invisible mientras la veo decidir en qué asiento dejar en reposo su hermosura subestimada. En un mar de cotidianidad la descubro, como quien descubre un Monet en una feria de hortalizas.

Mi horizonte es su perfil descubierto a media asta ondeando a tres puestos de distancia de mí. Hago intentos por adivinar su nombre en el umbral de su tobillo tatuado. En su cabello fantasean mis dedos inquietos. Alcanzo a divisar su rostro sereno desde el retrovisor del conductor, y entre su mirada llena de neblina y el vaivén de sus suspiros cansados he reconocido gestos de ternura suficiente para querer abrazarla, para invitarle un café o a mi vida, el orden, realmente, me preocupa muy poco. Cuatro canciones después, ella hace amagos y se levanta, advierte con irse. Mis cimientos se agitan. Solo cede espacio al fulano que ocupa su lado izquierdo. Falsa alarma. Acto seguido se recoge el cabello. Su cuello se asoma con dulzura como diciéndome aquí estarías mejor, y yo, admirador de las buenas publicidades, le creo. 

Sucumbo al asiento siguiente y gano terreno. Solo un puesto me separa de ella. Ahora su perfil es un panorama más claro. La luz de mediodía baña sus mejillas con total dulzura. Me ilumina su ignorancia de no saber que en silencio la estoy recorriendo con la mirada, mapeando cada uno de sus pequeños gestos de ninfa caraqueña. Decidido, esta vez voy a su encuentro, justo cuando el colectivo se detiene en su parada y se levanta. Mis ojos como largos brazos la retienen invisiblemente por su cintura como diciendo “si, tú haces que el día sea mejor”. En la ventana la sigo a lo lejos como un niño que ve irse al cielo su globo rojo. Entre dos calles que se me parecen a su nombre que desconozco la pierdo. Vuelvo a la rutina, menos yo, más pasajero.


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